viernes, 27 de septiembre de 2013

LOS INGLESES FUSILAN AL RECONQUISTADOR SANTIAGO DE LINIERS.

LOS INGLESES FUSILAN AL RECONQUISTADOR




Domingo 26 de agosto de 1810: En el paraje denominado Cabeza de Tigre, cercano a Cruz Alta, Córdoba, un pelotón de soldados ingleses fusila al General Santiago de Liniers, Héroe de la Reconquista y la Defensa, Conde y Virrey de Buenos Aires.

El Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros (1755-1828), fue la cabeza visible del triángulo cuyos vértices estarían apoyados en los comerciantes usureros de la City en Londres, sus operadores españoles en Cádiz y los mercachifles arrastracueros del puerto de Buenos Aires. Esta triangulación, consecuencia de Utrech, formada de 1714 en adelante por Incalaperra junto con una decena más montadas en Hispanoamérica, se dedicaban con fervor al contrabando de fruslerías, el saqueo de la corambre de las vaquerías y el fabuloso robo de la plata del Potosí. Ya habían tenido su acto cumbre en las invasiones de la Incalaperra en 1806 y 1807. Porque es bueno decirlo, para aquellos hechos dolorosos, los ingleses no vinieron: los mandaron a llamar que es muy distinto.

Cisneros había llegado a Buenos Aires con instrucciones de invitar, muy diplomáticamente, para que Liniers regresase a España. Los buhoneros manilargos del puerto se habían dado cuenta que nada se podría hacer, de lo que después se hizo (más de 40 firmas inglesas operando en Buenos Aires y con casas matrices en Londres), con un Liniers en la ciudad. Entonces presionaron sobre los de Cádiz, lupanar de la masonería, para que éstos, a su vez, lo hiciesen sobre la Junta (que les debía plata a todos), designando como Virrey a un hombre “educado y culto” (como querría después Rivadavia) que, a su vez, tendría la misión de sacarse de encima a Liniers, dejándole el campo orégano al hatajo. Es la versión remozada y rioplatense del cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones (aunque aquí eran mucho más de cuarenta por el proceso inflacionario).

Con la misma ternura diplomática con que le pidieron que se vaya, don Santiago, que ya había cumplido sus 57 años, les pidió para quedarse. Una contrariedad en los planes de la gavilla. Entonces Cisneros le hace jurar a Liniers la promesa de no inmiscuirse en los asuntos públicos, y lo obliga a retirarse a un lugar distante del epicentro de los negocios: Buenos Aires. Digamos que una cosa por otra: en lugar de desterrarlo lo internaron, como se decía en aquellas épocas. Pero con el mismo efecto: mantenerlo alejado “del progreso”. Aunque con un poco de suerte, se podría morir en el olvido.

Este juramento del Héroe de la Defensa y Reconquista, con treinta años de nobles servicios a España sin interrupciones, es de donde se han prendido los historiadores del Régimen Perverso con sus ataques de moralina, para decir que Liniers recibió lo que se merecía por quebrantar un juramento. Y, ¿qué validez tiene un juramento hecho ante esta versión remozada de Pilatos? La misma validez que tiene la palabra devaluada del canalla que lo pide. 

Liniers se trasladó a Córdoba donde compró una finca cercana a la localidad de Alta Gracia. Los sucesos ocurridos en Buenos Aires el viernes 25 de mayo (fruto de la tenida del 24 a la noche), llegaron a Córdoba el lunes 4 de junio. Entonces el Gobernador Intendente, Capitán de Navío Gutiérrez de la Concha, quien fuera jefe de le escuadrilla que transportó desde Colonia hasta el Arroyo Las Conchas al ejército de Liniers para la Reconquista, se declara opositor al pronunciamiento de Buenos Aires y arrastró tras de sí al Cabildo de Córdoba, creándose el 6 de junio, ante la emergencia, una Junta Consultiva.

Para constituir esta Junta, Gutiérrez de la Concha le pide a Liniers que se sume, como ciudadano respetable y persona de honda raigambre popular, junto con el Obispo Orellana, el oidor Victoriano Rodríguez, el deán de la Catedral, Gregorio Funes y el tesorero de la hacienda pública, señor Moreno.

Hasta aquí, aunque a los tumbos, estoy conteste con los historiadores vernáculos, tanto del Régimen como no pocos militantes del revisionismo histórico. Porque a partir de esta situación cada uno de éstos va dando su versión: que Liniers fue un traidor; otros que un líder desertor; que cometió muchos errores; que no escuchó las súplicas que le hicieran por carta Saavedra y Belgrano, e incluso su suegro Martín de Sarratea; que quiso reivindicarse ante la opinión pública de aquel incidente con el enviado de Napoleón, el Marqués de Sassenay (10 de agosto de 1808); que era un agente napoleónico en Buenos Aires y, otros muchos, que Liniers fue una mezcla de todo esto.

Confieso humildemente al lector que yo también me tragué estos sapos. Algunos crudos y otros vuelta y vuelta en la sartén con ajo y cebollas. Porque si esto escriben nuestros historiadores, cuya mayoría escribe para facturar, seguramente no es cierto o por lo menos es motivo de revisión o de crítica histórica, si prefiere el lector.

Liniers no fue un traidor, porque nunca comulgó con otra ideología que no sea su lealtad a la Corona Española por la que terminó dando la vida; consecuentemente tampoco fue desertor porque nunca estuvo adscrito a los complotados que había producido el 25 de mayo; el único error cometido por Liniers fue el de dormir con el enemigo: creerse que Cisneros era un virrey y no el cabecilla de un grupo de quincalleros asociado a los ingleses; de las súplicas que le hiciera Belgrano mejor no hablar: don Manuel (¡Oh, cuántas tiene en el debe el bueno de don Manuel!), ya había hecho los borradores extremistas que servirían de base para que el terrorista Mariano Moreno hiciese el Plano de Operaciones (dado como secreto el 30 de agosto, según la copia en mi poder); las actitudes de Liniers, respecto al Marqués de Sassenay, fueron suficientemente claras, y la prisión que sufrió el enviado de Napoleón a manos de Elío fue injusta, prueba de ello es que al ser remitido a Cádiz fue puesto de inmediato en libertad en aquella ciudad y a Liniers jamás se lo molestó para preguntarle nada; etc.

Ahora bien: ¿por qué Liniers –se preguntará el lector-, se opone a la Junta de Buenos Aires, acompañado de insignes patriotas y leales servidores públicos, cuando le hubiese sido más fácil aceptar el hecho consumado? Simplemente porque Liniers, como antiguo vecino de la ciudad, aparte de haber sido su Virrey, conocía perfectamente a cada uno de los integrantes de aquella Junta, lo que ellos representaban y quiénes movían los hilos de estas marionetas. Aquellos no representaban, precisamente, los intereses del pueblo, del rey ni de su virreinato. Y si no me creen vean lo que sigue: 

Miguel Azcuénaga, militar, masón recalcitrante de los tiempos de Cabello y Meza, relacionado con las familias más ricas de Buenos Aires en los inicios del siglo, terrateniente y comerciante, fue el garante ante la burguesía porteña y los intereses de la Incalaperra, de las finanzas de la Junta de Gobierno. 

Manuel Alberti, sacerdote, masón, con rico patrimonio personal, parte heredado de sus padres y parte de lo que él había hecho con sus negocios clandestinos; intervino en las reuniones conspirativas en la casa de Nicolás Rodríguez Peña (espía, masón, asalariado de Su Majestad Británica hasta su muerte); ingresó a la Junta como representante del clero criollo y como defensor de los bienes eclesiásticos (y de los suyos desde luego). 

Domingo Matheu, comerciante catalán afincado en Buenos Aires, con conexiones internacionales en Europa y, particularmente en Cádiz, sostenedor de las ideas del libre comercio (recargando con un 300% las bagatelas inglesas), fue como tal el representante de los comerciantes de Buenos Aires (los que, mayoritariamente, eran ladrones y contrabandistas). Fue el garante ante la Junta de los comerciantes de la plaza de Cádiz (uno de los vértices del triángulo). 

Juan Larrea, catalán como el anterior, comerciante de los llamados frutos del país y también armador, estaba seriamente comprometido con los grupos ingleses a los que siempre fue obediente. Es considerado como el banquero de la Junta de Mayo.

Juan José Paso, abogado, amigo íntimo de Moreno, vinculado a los intereses ingleses en el Río de la Plata. Este personaje es todo un misterio: ¡permaneció en el gobierno desde mayo de 1810 hasta la llegada de Rosas que lo echó! Poco o nada se sabe de su vida porque todos sus papeles públicos y privados han desaparecido cuidadosamente. Pero en verdad: no se sabe por qué fue incluido en la Junta, quedando solamente en pie sus vinculaciones con los comerciantes británicos. 

Mariano Moreno, abogado (el ausente durante las invasiones inglesas y el mudo del Cabildo del 22 de Mayo), representó a los intereses ingleses, con la habilidad de presentarlos como españoles. Carlos Roberts lo llama excelente abogado del comercio inglés y abogado de última hora. El acercamiento ideológico con Castelli (primo de Belgrano), proviene de que ambos eran abogados de los ingleses en el Río de la Plata. Moreno se destacó en la ignominia que se llamó Representación de los Hacendados (en 1809, con patrocinio del Virrey Cisneros donde hizo el papel de chancho rengo), y Castelli en varias defensas de comerciantes ingleses sorprendidos en el delito de contrabando o en el quebrantamiento de leyes consagradas. Cuando Moreno envía a Castelli al norte como comisario político, se quedó con el partido de él en Buenos Aires, y lo superó en los planteos de libre comercio a favor de los buques de bandera inglesa. 

Manuel Belgrano, abogado y economista aficionado, con amplias y fuertes vinculaciones con comerciantes del Paraguay y ganaderos del Uruguay. Esta es la causa de la aparición, de la noche a la mañana, del Belgrano militar en la campaña al Paraguay y su posterior traslado a la Banda Oriental, cuando en realidad se había destacado como abogado y economista. Se sabe que Belgrano redactó la introducción y confeccionó el boceto del Plano de Operaciones citado más arriba. Moreno al componerlo, respetó la introducción belgraniana y, en línea generales, su proyecto, aderezándolo luego con sus crueldades propias de Caracalla. Pero don Manuel conoció el documento: a esto no hay quien lo niegue, como se sabe que no abrió la boca para oponerse ante semejantes barbaridades. El documento, encontrado por casualidad en Sevilla por don Eduardo Madero a fines del Siglo XIX, está redactado en tono canallesco, subversivo y terrorista: después me vienen a hablar del Proceso de Reorganización Nacional que es un bebé de pecho al lado de don Mariano y de don Manuel, ¡que son próceres indiscutidos! 

Dios Santísimo: ¿para qué me haces conocer estas cosas? ¿Acaso yo no sería más feliz de otra forma? Pero: hágase Tu Voluntad y no la mía. Prosigo entonces. 

Llegado a esta altura, le pregunto al lector: ¿y usted que hubiese hecho? ¿Tal vez adherirse a esta Junta, o haría lo que hizo Liniers, después Artigas y finalmente Alzaga? Diga usted. Porque después de todo lo que hizo el Cabildo de Buenos Aires fue tomar la decisión de crear una Junta municipal de gobierno. Le correspondía luego invitar a las demás provincias hermanas a un congreso revolucionario para lo cual, cada una de ellas, debía dar, como requisito previo, un golpe político como el de Buenos Aires. De esta manera la Primera Junta hubiese sido nada más que una promotora de la revolución nacional. Esta actitud de Buenos Aires de arrasar con las autonomías provinciales y municipales se repetiría constantemente, se reflejaría en la Constitución Nacional y se puede ver hoy en día, donde los Gobernadores, pero fundamentalmente los Intendentes Municipales (donde reside la auténtica soberanía popular), son felpudos del gobierno central. 

Desbandada la tropa de Liniers y Gutiérrez de la Concha al primer amague, siguieron los dos fugitivos con sus amigos, sin una escolta que les brinde protección, y se refugian en Villa del Chañar, a unas 50 leguas de Córdoba. Allí los alcanza y detiene el Capitán José María Urien, que los venía rastreando, quien comete la arbitrariedad de tratarlos con todas las brutalidades que uno se puede imaginar, incluidos los azotes. La Pasión de don Santiago de Liniers había comenzado en manos de los esbirros del Robespierre porteño, Mariano Moreno: el que en la noche del 25 de Mayo lloraba sentado en las escaleras del Cabildo por las represalias que habría de tomar el rey contra ellos a su regreso “por majaderos”. Esta es la verdadera causa de su misterioso viaje a Inglaterra que dijeron lo hacía en misión diplomática: le aterrorizaba la idea del regreso del rey. En verdad fue un exilio disfrazado con misterios, como su muerte que resultó de un fecaloma: hacía una semana que no iba de vientre y el capitán inglés le suministró un purgante fenomenal. Una hora después estaba con una peritonitis y se fue por la avenida ancha sin semáforos. Pero volvió reencarnado en los periodistas que tenemos que lo han tomado por apóstol. 

Detenidos los cabecillas del desacato, debería corresponderse con el final de este triste capítulo de nuestra historia. Pero no fue así, porque es realmente aquí donde comenzó. Porque, ¿qué hacer con Liniers, el Gobernador Gutiérrez y el manojo de amigos encadenados? A Córdoba no los podían regresar, porque muchos de los soldados patricios que formaban los regimientos a las órdenes del Coronel José Antonio González Balcarce admiraban y amaban a Liniers y a Gutiérrez por haber luchado codo a codo con ellos en las jornadas de 1806 y 1807. Algo parecido ocurriría con la población civil, memoriosa del trato paternal y deferente de Liniers durante su virreinato. 

Entonces, ¿qué tenemos por aquí? Tenemos un problema insoluble a nivel de dirigentes. El mismo problema que se les repetiría con Artigas, Alzaga, Dorrego, don Juan Manuel y, si el lector quiere, el de Perón: su inmensa popularidad. ¿Qué hacer con un tipo que supuestamente hace lo que no debe hacer y sin embargo goza de abrumadora popularidad? La respuesta no está en los manuales liberales, ni en las películas de Hollywood de yanquilandia, donde el derrocado es un tiranuelo de cuarta. ¿Qué hay que hacer con un tipo en cuya contra se han ensayado todas las argucias y todas ellas, de a una, han ido fallado? A este tipo hay que matarlo, porque la popularidad para los liberales es un bien peligrosísimo. A Liniers y Dorrego, El Coronel Arrabalero, les costó la vida. El Restaurador se les escapó con un hilo de la pata. Y Perón se salvó de milagro, si se tienen en cuenta desde bombardeos hasta una docena de atentados, comenzando por el de Villa Rica en Paraguay. 

En verdad la Junta municipal de Buenos Aires, vulgo llamada Primera Junta, ha pensado en el destierro, medida que se le aplicó al compinche Cisneros con todo éxito, pero que con don Santiago sería un fracaso. Alguien ha madurado en hacerlo desaparecer, pero es imposible porque ya todo el mundo sabe que está en manos de sus captores. Reverdece entonces la idea de asesinarlo, pero cómo. Envenenarlo sería muy evidente. A un iluminado de la caterva se le ocurre simular un malón de indios que atacarían la caravana y lo asesinarían sin misericordia. En los alrededores de Buenos Aires hay muchos indígenas que por una damajuana de aguardiente serían capaces de despellejar a su madre. Pero ocurre que a ¡don Santiago de Liniers también lo quieren los indios porque ha sido muy compasivo con ellos! Entonces, si una salida “culta y educada”, resuelven matarlo ellos mismos. Fusilando de esta manera se cargarían de poder coercitivo, desalentando resistencias latentes: digamos que a lo Valle, Cogorno e Ibazeta el 9 de junio de 1956. 

Llega a Córdoba el decreto para la ejecución. La población recibe la noticia con claras muestras de disgusto. El Coronel Balcarce y el gobernador interino nombrado por la Junta, que fue Juan Martín de Pueyrredón, se enteran que el Regimiento de Patricios, alojado en la casa de Ejercicios Espirituales, se está por sublevar para rescatar a Liniers. Les cierran todas las puertas y les colocan tres regimientos a su alrededor para que nadie salga ni entre. Unas 100 religiosas y religiosos que allí prestan servicios padecen la cuarentena, aunque son completamente inocentes: es la primera herejía de las muchas que luego harían en el Alto Perú contra la Santa Religión. Ortiz de Ocampo hace como Pilatos: se lava las manos y decide remitir al prisionero a Buenos Aires. En realidad le tiene miedo a la pueblada y algunos regimientos que no le han querido rendir honores. 

La Junta se entera de esto y resuelve que Liniers no debe entrar en Buenos Aires. Para ello acuerdan que Castelli y French, con algunos efectivos del Regimiento Estrella, salgan al encuentro de la columna y fusilen a Liniers donde lo encuentren. Sin embargo aparecen otros problemas, aparte del cáncer de lengua que lo tiene mal a Castelli, los soldados del Estrella ponen las cosas en claro: ellos acompañan pero no fusilarán a Liniers. Los comisionados alcanzan la columna que viene de Córdoba en Cabeza de Tigre, una posta a la altura de Cruz Alta. Allí los espera otro frentazo: los soldados de la escolta que traía a Liniers, también se niegan a fusilarlo. ¡Estos negros de mierda, siempre creando problemas! No, si es como decía Sarmiento: es una raza maldita. Porque no habían nacido debajo de una higuera como él. 

Pero alguien había sido más previsor que todos estos complotados para asesinar. En Córdoba vivían desde hacía unos dos o tres años un número considerable de soldados ingleses que fueron internados después del escabroso asunto de Luján. Algunos tenían chacra, familia y otros se habían afincado definitivamente. Alguien los habló y ellos aceptaron fusilar gustosamente a Liniers, el autor de su derrota, su prisión, su internación y su vergüenza. Y previendo que pasaría lo que pasó los llevaban a la cola de la columna. 

Y así fue como en la mañana del 26 de agosto, el mes de la Gloriosa Reconquista, de 1810, una docena de soldados de su Graciosa Majestad Británica fusilaron a don Santiago de Liniers, cubierto de sangre por los castigos y cinco de sus compañeros todos malheridos. El tiro de gracia se lo dio French, el cartero de Buenos Aires, devenido ahora en Teniente Coronel de la noche a la mañana, el que fuera enlace entre las logias masónicas montadas por Rodríguez Peña y el cura Agüero. En las ropas de Liniers se encontró su despacho como Virrey firmado por el rey, que Castelli ordenó quemar: estaba el papel tinto en sangre. 

A esto último lo descubrió el historiador Julio Lafont al que por poco lo matan. Pero jamás pudieron desmentirlo, hasta el día de hoy porque está muy bien documentado. Al resto, que no es de Lafont, los invito a los historiadores a que me desmientan. Pero, ¡cuidado!, porque a lo mejor no me callo de cosas que aquí he callado.

El Imperio Británico y la Revolución de Mayo

“Como no sea mediante una guerra civil devastadora, resulta difícil imaginar cómo puede deshacerse la revolución efectuada por Perón

Los ingleses asaltaron Buenos Aires por primera vez en 1806.Sus tropas despojaron, asesinaron y devastaron.

Saquearon el Tesoro de la Hacienda Pública que era algo similar al Banco Central del Virreinato. De este episodio, arranca el déficit permanente del fisco nacional. 
Los ingleses nunca devolvieron el Tesoro que, en el curso de los muchos tratados que ellos firmaron españoles y argentinos nunca nadie reclamó. Enigmas de la historia... 

Para tapar este agujero en las arcas del Estado fue menester contratar empréstitos británicos que produjeron y producen agujeros y pozos fiscales imposibles de llenar.

Saquearon la Compañía de Filipinas, la gran empresa comercial hispano-indiana que sembraba riquezas en las hoy desoladas provincias del oeste y del norte Argentino. La Compañía de Filipinas era la vena económica que a través del Pacifico vinculaba nuestro actual país con el lejano Oriente.

Saquearon las propiedades particulares, los negocios de ventas de comestibles y bebidas, los domicilios familiares de adobe o de ladrillo, los monasterios y los templos. Mataron a niños y mujeres. Violaron y asesinaron.

El producido de tan monstruoso latrocinio fue llevado a Londres donde fue paseado por seis carrozas tirada cada una por ocho caballos Cada carroza llevaba cinco toneladas de metal. El arte del saqueo preanunciaba la economía de miseria, de deudas y de empobrecimiento vitalicio de la Argentina. Saquearon también las almas y conciencias.

En toda sociedad el cobarde vencido es el aliado más perfecto para sostener con su obsecuencia al triunfador. Y Buenos Aires no fue precisamente una excepción a tan dura regla de la guerra. Mientras la dignidad, sin distingos de clases y de fortunas, luchaba y resistía, la cobardía comerciaba.

La degradación de algunos vencidos obsequiaba a los vencedores: les ofrecía sus salones, sus vinos y sus mujeres.

Con las relaciones familiares se iniciaba una sociedad comercial. Para el mantenimiento de la misma muchos sustituyeron su religión y muchos procedieron a la mutación de su Idioma. Tal es, en breves palabras el origen degenerado de la “clase dirigente” que nació por esos días. La clase de los futuros “patricios mercaderes”.

La reconquista de Buenos Aires en 1806 y la defensa de lo reconquistado en 1807 fue una bellísima gesta popular. Una pueblada de épica, de ética, de dignidad, de valor, de coraje, de martirio y de heroísmo. En fin, la suma de todos los valores humanos y divinos que subyacen en la entraña cultural de cada pueblo.

Los indios, célula vital de una cultura exterminada pero universalmente poderosa, fueron los primeros en alistarse para luchar contra el invasor inglés. 
En el archivo de Indias de Sevilla, amarillentos papeles coinciden con los lujosos protocolos que contienen la historia Argentina en los anaqueles del Foreign Office “los indios en número de veinte mil todos gente de guerra y cada cual con cinco caballos” custodió las costas bonaerenses para impedir un nuevo desembarco del invasor “de esos colorados que han tomado las tierras y vuestras casas por una desgracia”, según leemos en un documento redactado por los caciques de la época.

Y a los indios se unieron los gauchos.

Y a los indios y a los gauchos, los niños. Aquellos niños de los cuales dijo Perón que en toda nación civilizada eran y serían siempre los únicos privilegiados.

La resistencia del pueblo contra los ingleses y el puñado de traidores asociados tuvo una vida que fue más allá de la muerte. En las instituciones, dijo Perón, se prolonga la vida y sólo las instituciones vencen al tiempo.

Al mismo tiempo que Beresford decía con exasperación extorsiva y ruin que “Gran Bretaña es tan capaz de castigar como inclinada a perdonar”. 
Belgrano, síntesis magistral de combatiente y pensador escribía lo siguiente: “El comerciante no reconoce más patria ni más rey ni más religión que su interés propio...”

No estaba equivocado el General Manuel Belgrano. El ejército de retaguardia de los ingleses era efectivamente un ejército de comerciantes. Y ese ejército de comerciantes era el que estaba destinado a continuar la guerra para beneficio de Inglaterra. Una guerra muy prolongada que sigue aún vigente. Una guerra en la cual el ejército y el pueblo vienen perdiendo hasta ahora muchas batallas. Pero una guerra inconclusa...

En 1804 había en Buenos Aires 47 comerciantes ingleses. En 1810 al estallar la Revolución de Mayo, 2000. Fracasadas las invasiones armadas, los buques de guerra de Su Majestad Británica, se fueron. 
Pero los buques mercantes de los comerciantes Londres, abarrotados de abalorios, se quedaron. Primero ejercieron el contrabando a la vista y paciencia de los españoles y ante la perplejidad del Ejército Argentino, de gauchos, de indios y de niños que los habían combatido. 
Luego el anglófilo Virrey Cisneros les otorgó, por un año, el comercio libre.

Con el comercio libre de Cisneros que curiosamente debía terminar el 18 de Mayo de 1810, los ingleses vencidos se transformaron en vencedores y el pueblo y el ejército vencedores, en vencidos.

Con el Edicto de Libre Comercio de Cisneros se inauguró el saqueo institucional en gran escala:

1) Los términos del intercambio fueron escandalosos: 12 barcos de frutos del país por la carga de un barco inglés de bagatelas importadas. Libre Exportación del oro, de la plata y de todo el metálico rioplatense para pagar en dinero en afectivo las chucherías manufacturadas.

2) En pocos meses el país se quedó sin dinero y para restituir el dinero que se iba, comenzaron a concertarse empréstitos que serían pagados con nuevos empréstitos. Todo ello sin variantes. Desde el primer empréstito contratado por Rivadavia hasta el último empréstito celebrado.

En uno de esos empréstitos, de los 10.000 millones de dólares que prestó el Fondo Monetario Internacional a la República Argentina, 3.500 millones de dólares fueron aportados por el Banco de Inglaterra para que nuestro país, derrotado en las Malvinas -pero aún en guerra con Inglaterra- pudiera pagar con preferencia las deudas que tenía con sus acreedores británicos. 
Como es de ver, desde las invasiones inglesas hasta hoy nada ha cambiado.

3) La geopolítica argentina quedó dada vuelta:

-El comercio hacia el norte y de allí al extremo oriente abandonado.

-El flujo económico que producían las artesanías e industrias provinciales destrozadas.

-La navegación por el Pacífico prohibida. Tan pero tan prohibida que en el más risueño disparate que existe en la historia universal nuestro desdichado país y sus discapacitados dirigentes, regalan públicamente el Océano Pacífico. 
“Argentina en el Atlántico, Chile en el Pacifico”. Todos hemos leído y leemos diariamente el absurdo cartelito.

-La minería del norte quedó suprimida y con ella sus implicancias industriales.

4) La miseria en medio de la opulencia había comenzado.

- Saqueo permanente, deudas, hambre y desocupación, serían y son la constante política que nadie ataca.

- Enfrentamientos sangrientos entre argentinos, odios irreconciliables y divisiones feroces. Todo mantenido por el arma de la colonización sutil, por la acción psicológica que divide al país por fruslerías infantiles.

Divide et Impera (separa y gobierna). Trade non countries (tratados comerciales y no territoriales). Tales son las coordenadas con que Inglaterra ha gobernado el país desde el Edicto de libre Comercio de 1809, con el cual el Virrey Cisneros convirtió en triunfo la derrota del invasor británico que había sido aniquilado por el Ejército y por el pueblo, en las jornadas de 1806 y 1807

¿Cuál fue la posición de la Primera Junta y del Gobierno del General Perón y del Peronismo, frente a la política Inaugurada por Inglaterra en 1809? La pregunta es acuciante y las respuestas, hasta ahora, no han sido precisas. Trataremos de aclarar algunas cosas.

La instalación de la Primera Junta fue un acto viril contra la política anglófila de Cisneros. El heroico Ejército que se había formado junto al pueblo en las jornadas de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, advirtió con asombro que los comerciantes Ingleses unidos a un grupo de perdularios porteños, les estaba robando el triunfo. Por eso actuaron en las jornadas de 1810. Agotada la capacidad de conducción por parte de España, había que defender lo propio, lo nuestro, eso que el extranjero inglés arrebataba como suyo, con ironía, con sarcasmo, con extorsión o con violencia.

La Junta actuó con grandeza moral y con buena fe política. La grandeza moral y la buena fe política, son dos principios básicos y dos hidalgas conductas. Empero, ante la ruindad del mundo internacional y ante la ferocidad de los apetitos económicos no son suficientes para asegurar el éxito.

El mundo anglosajón, a diferencia del espíritu latino, es magistral en la iniquidad y la intriga. En la alcahuetería disociadora que tanto ha fragmentado y triturado a la Argentina. En el asesinato hipócrita. En la mentira cínica. En fin, en todo tipo de medios que aseguren el poder.

Por grandeza moral y buena fe política. Saavedra dividió su sueldo con Cisneros y compartieron ambos el sitial que les correspondía en la Catedral, de la misma manera en que Liniers después del 12 de Agosto, compartió su almuerzo con el vencido General Beresford y el Estado Mayor Inglés.

Por grandeza moral y buena fe política, la Junta en pleno, recibió en su primera audiencia al Almirante De Courcy, Comandante en Jefe de las Fuerzas Británicas en el Atlántico Sur.

El Almirante Inglés con la mayor cordialidad, pero sin dejar de apuntar sus cañones, obtuvo de los desprevenidos patriotas de la Junta, la igualdad de derechos entre ingleses y criollos.

Así por medio de la grandeza moral y de la buena fe política, el monopolio que habla ejercido España se transfirió para beneficio de Inglaterra y el Edicto de Libre Comercio del Virrey Cisneros perdió fecha de vencimiento.

Por grandeza moral y por buena fe política, la Junta cedió ante Alejandro Mackinnon, representante de los comerciantes ingleses, residentes en Buenos Aires y éstos obtuvieron el permiso expreso para exportar a Londres el metálico de oro y plata Que recaudaban con sus ventas.

Por grandeza moral y buena fe política, la junta aceptó que Lord Strangford, Embajador Inglés en Río de Janeiro, representara al país naciente, ante las cortes de Londres y Madrid.

Por la grandeza moral y buena fe política, la Junta permitió que la bandera Inglesa unida a la bandera española, fuese su emblema ante las demás naciones de la tierra.

En poco tiempo todos los patriotas comprendieron con amargura que Inglaterra era la única beneficiaria de la lucha que habían emprendido contra España. Pero ya era tarde. En vez de la anhelada Independencia se había instalado una espantosa e irreversible dependencia económica hacia la Gran Bretaña.

Advertidos que la ayuda británica no era de beneficencia, sino que respondía a otras reglas de juego, Saavedra convocó a las provincias y al pueblo que lo había acompañado y Moreno recurrió a la queja diplomática. 
Pero ni la presencia de los representantes de las Provincias en Buenos Aires, ni el Gobierno de la Junta Grande ni el pronunciamiento del pueblo del 5 y 6 de Abril de 1811, ni la proyectada queja diplomática de Moreno dieron ningún fruto.

El avance inglés por medio del comercio era arrollador e incontenible y frente a ese avance fueron sucumbiendo uno a uno todos los que habían levantado sus armas o su voz en contra de ellos.

Liniers, el jefe militar que abatió a los ingleses terminaría fusilado. 
Alzaga el caudillo popular que armó al pueblo contra los ingleses terminaría ahorcado. Saavedra, el jefe militar que se levantó contra el anglófilo Virrey Cisneros terminaría exiliado y su memoria cubierta por un asombroso silencio.
Moreno, el Secretario Técnico de la Junta que pretendía arreglar el problema con una reclamación diplomática murió envenenado. Su deceso fue precipitado “por la administración de un emético que el Capitán del buque inglés le suministró imprudentemente”, según las textuales palabras de su hermano Manuel Moreno autor de “Vida y Memorias del Doctor Mariano Moreno” página 241. Agrega Manuel Moreno que el cadáver de su hermano “estuvo todo el día sobre la cubierta envuelto en la bandera inglesa”. Larrea, proclive a los negocios junto con los ingleses se suicidó.

La lista es trágica, tanto por la ferocidad de los medios de eliminación como por la continuidad de fusilamientos y asesinatos y de suicidios que plagan el destino fatal de nuestros gobernantes y prohombres. 
Los nombres de Dorrego, Chilavert, de López Jordán, de Leandro Alem, de Lisandro de la Torre, de Belisario Roldán, de Leopoldo Lugones, del General Valle y tantísimos otros de plena actualidad, son testimonios extremadamente serios que nos llevan a una conclusión que causa espanto: los enemigos que se apoderaron sigilosamente de nuestro país siguen imperturbables y victoriosos, mientras que mitos, dogmas, esquemas, etiquetas, palabras y hasta letras siguen provocando el desencuentro de nuestras mentes mas brillantes y de nuestros espíritus más lúcidos. 


Juan Domingo Perón ,es combatido en su gobierno y después de muerto mutilado.

Eva Perón,es ultrajada,mutilada y abusada en su descanso eterno.

Maria Estela Martinez de Perón. 6 años presa,ultrajada,abusada y denigrada hasta ahora.

Winston Churchill, dijo en 1955: 'La caída del tirano Perón en Argentina es la mejor reparación al orgullo del Imperio y tiene para mí tanta importancia como la victoria de la Segunda Guerra Mundial, y las fuerzas del Imperio Inglés no le darán tregua, cuartel ni descanso en vida, ni tampoco después de muerto.


La Revolución de Mayo, despojada de las palabras escolares y profundizadas en su real dimensión, deja para la posteridad la enseñanza de un mal éxito que debe prevenirnos para no incurrir en una repetición forzosa.

Con la buena fe y la pureza moral de sus protagonistas la Revolución de Mayo no obtuvo la independencia efectiva del país. Antes, ese patrimonio espiritual fue el puente que utilizaron los comerciantes británicos para operar una transferencia del dominio español al dominio de Inglaterra.

Ese dominio fue más sutil y más eficiente que el del Imperio Español. 
Nos adjudicó una autarquía administrativa de nivel municipal en lo interno, pero con una férrea dependencia económica que aseguró con sus concesiones y contratos cada vez más. Leoninos y cada vez más exigentes. 
Inglaterra se reservó el control de la política interior, reemplazando por adjetivos calificativos, los sustantivos y los verbos que conforman el lenguaje con que deben tratarse los grandes temas de un país. 
Dividió en forma tan irreconciliable como artificial a los conductores argentinos desde morenistas y saavedristas hasta peronistas de todos los grupos y antiperonistas de todas las tendencias. 
Porteños contra provincianos, Buenos Aires contra el interior. 

El campo contra la industria. La civilización contra la barbarie. Gremialistas contra políticos. Civiles contra militares... Siempre los antagonismos vertidos en un molde de hierro: Divide et Impera, Gran Bretaña ejerció también, a través de sus personeros más sumisos, la política exterior de los argentinos en todos los gobiernos y en todas las épocas”. No es el caso de entrar en casuismos ni contar las pocas excepciones pero todos recordamos la reciente guerra de la Malvinas dirigida por un Ministro de Relaciones Exteriores que era el mas conspicuo abogado del complejo frigorífico inglés Swift Deltec.

La eficiencia del sistema colonial inglés en el Río de la Plata, fue y es, el opus magnum de Canning, el estadista impecable. Inglaterra sería el taller del mundo y la América del Sur su granja.

Este plan gigantesco redujo nuestro territorio de 5 millones de kilómetros cuadrados a menos de 3 millones de kilómetros cuadrados y nos convirtió de un país bioceánico y minero en país atlántico y pastoril.

Del éxito del plan dice el historiador británico Harry Ferns: “Durante el siglo XIX no se produjo ninguna alteración en la ecuación Anglo-Argentina y no hay razón alguna para suponer que hoy sea diferente a lo que fue un siglo y medio atrás”. (Tomo I, pág. 486)



LOS INGLESES FUSILAN AL RECONQUISTADOR SANTIAGO DE LINIERS.

Domingo 26 de agosto de 1810: En el paraje denominado Cabeza de Tigre, cercano a Cruz Alta, Córdoba, un pelotón de soldados ingleses fusila al General Santiago de Liniers, Héroe de la Reconquista y la Defensa, Conde y Virrey de Buenos Aires.

El Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros (1755-1828), fue la cabeza visible del triángulo cuyos vértices estarían apoyados en los comerciantes usureros de la City en Londres, sus operadores españoles en Cádiz y los mercachifles arrastracueros del puerto de Buenos Aires. Esta triangulación, consecuencia de Utrech, formada de 1714 en adelante por Incalaperra junto con una decena más montadas en Hispanoamérica, se dedicaban con fervor al contrabando de fruslerías, el saqueo de la corambre de las vaquerías y el fabuloso robo de la plata del Potosí. Ya habían tenido su acto cumbre en las invasiones de la Incalaperra en 1806 y 1807. Porque es bueno decirlo, para aquellos hechos dolorosos, los ingleses no vinieron: los mandaron a llamar que es muy distinto.

Cisneros había llegado a Buenos Aires con instrucciones de invitar, muy diplomáticamente, para que Liniers regresase a España. Los buhoneros manilargos del puerto se habían dado cuenta que nada se podría hacer, de lo que después se hizo (más de 40 firmas inglesas operando en Buenos Aires y con casas matrices en Londres), con un Liniers en la ciudad. Entonces presionaron sobre los de Cádiz, lupanar de la masonería, para que éstos, a su vez, lo hiciesen sobre la Junta (que les debía plata a todos), designando como Virrey a un hombre “educado y culto” (como querría después Rivadavia) que, a su vez, tendría la misión de sacarse de encima a Liniers, dejándole el campo orégano al hatajo. Es la versión remozada y rioplatense del cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones (aunque aquí eran mucho más de cuarenta por el proceso inflacionario).

Con la misma ternura diplomática con que le pidieron que se vaya, don Santiago, que ya había cumplido sus 57 años, les pidió para quedarse. Una contrariedad en los planes de la gavilla. Entonces Cisneros le hace jurar a Liniers la promesa de no inmiscuirse en los asuntos públicos, y lo obliga a retirarse a un lugar distante del epicentro de los negocios: Buenos Aires. Digamos que una cosa por otra: en lugar de desterrarlo lo internaron, como se decía en aquellas épocas. Pero con el mismo efecto: mantenerlo alejado “del progreso”. Aunque con un poco de suerte, se podría morir en el olvido.

Este juramento del Héroe de la Defensa y Reconquista, con treinta años de nobles servicios a España sin interrupciones, es de donde se han prendido los historiadores del Régimen Perverso con sus ataques de moralina, para decir que Liniers recibió lo que se merecía por quebrantar un juramento. Y, ¿qué validez tiene un juramento hecho ante esta versión remozada de Pilatos? La misma validez que tiene la palabra devaluada del canalla que lo pide.

Liniers se trasladó a Córdoba donde compró una finca cercana a la localidad de Alta Gracia. Los sucesos ocurridos en Buenos Aires el viernes 25 de mayo (fruto de la tenida del 24 a la noche), llegaron a Córdoba el lunes 4 de junio. Entonces el Gobernador Intendente, Capitán de Navío Gutiérrez de la Concha, quien fuera jefe de le escuadrilla que transportó desde Colonia hasta el Arroyo Las Conchas al ejército de Liniers para la Reconquista, se declara opositor al pronunciamiento de Buenos Aires y arrastró tras de sí al Cabildo de Córdoba, creándose el 6 de junio, ante la emergencia, una Junta Consultiva.

Para constituir esta Junta, Gutiérrez de la Concha le pide a Liniers que se sume, como ciudadano respetable y persona de honda raigambre popular, junto con el Obispo Orellana, el oidor Victoriano Rodríguez, el deán de la Catedral, Gregorio Funes y el tesorero de la hacienda pública, señor Moreno.

Hasta aquí, aunque a los tumbos, estoy conteste con los historiadores vernáculos, tanto del Régimen como no pocos militantes del revisionismo histórico. Porque a partir de esta situación cada uno de éstos va dando su versión: que Liniers fue un traidor; otros que un líder desertor; que cometió muchos errores; que no escuchó las súplicas que le hicieran por carta Saavedra y Belgrano, e incluso su suegro Martín de Sarratea; que quiso reivindicarse ante la opinión pública de aquel incidente con el enviado de Napoleón, el Marqués de Sassenay (10 de agosto de 1808); que era un agente napoleónico en Buenos Aires y, otros muchos, que Liniers fue una mezcla de todo esto.

Confieso humildemente al lector que yo también me tragué estos sapos. Algunos crudos y otros vuelta y vuelta en la sartén con ajo y cebollas. Porque si esto escriben nuestros historiadores, cuya mayoría escribe para facturar, seguramente no es cierto o por lo menos es motivo de revisión o de crítica histórica, si prefiere el lector.

Liniers no fue un traidor, porque nunca comulgó con otra ideología que no sea su lealtad a la Corona Española por la que terminó dando la vida; consecuentemente tampoco fue desertor porque nunca estuvo adscrito a los complotados que había producido el 25 de mayo; el único error cometido por Liniers fue el de dormir con el enemigo: creerse que Cisneros era un virrey y no el cabecilla de un grupo de quincalleros asociado a los ingleses; de las súplicas que le hiciera Belgrano mejor no hablar: don Manuel (¡Oh, cuántas tiene en el debe el bueno de don Manuel!), ya había hecho los borradores extremistas que servirían de base para que el terrorista Mariano Moreno hiciese el Plano de Operaciones (dado como secreto el 30 de agosto, según la copia en mi poder); las actitudes de Liniers, respecto al Marqués de Sassenay, fueron suficientemente claras, y la prisión que sufrió el enviado de Napoleón a manos de Elío fue injusta, prueba de ello es que al ser remitido a Cádiz fue puesto de inmediato en libertad en aquella ciudad y a Liniers jamás se lo molestó para preguntarle nada; etc.

Ahora bien: ¿por qué Liniers –se preguntará el lector-, se opone a la Junta de Buenos Aires, acompañado de insignes patriotas y leales servidores públicos, cuando le hubiese sido más fácil aceptar el hecho consumado? Simplemente porque Liniers, como antiguo vecino de la ciudad, aparte de haber sido su Virrey, conocía perfectamente a cada uno de los integrantes de aquella Junta, lo que ellos representaban y quiénes movían los hilos de estas marionetas. Aquellos no representaban, precisamente, los intereses del pueblo, del rey ni de su virreinato. Y si no me creen vean lo que sigue:

Miguel Azcuénaga, militar, masón recalcitrante de los tiempos de Cabello y Meza, relacionado con las familias más ricas de Buenos Aires en los inicios del siglo, terrateniente y comerciante, fue el garante ante la burguesía porteña y los intereses de la Incalaperra, de las finanzas de la Junta de Gobierno.

Manuel Alberti, sacerdote, masón, con rico patrimonio personal, parte heredado de sus padres y parte de lo que él había hecho con sus negocios clandestinos; intervino en las reuniones conspirativas en la casa de Nicolás Rodríguez Peña (espía, masón, asalariado de Su Majestad Británica hasta su muerte); ingresó a la Junta como representante del clero criollo y como defensor de los bienes eclesiásticos (y de los suyos desde luego).

Domingo Matheu, comerciante catalán afincado en Buenos Aires, con conexiones internacionales en Europa y, particularmente en Cádiz, sostenedor de las ideas del libre comercio (recargando con un 300% las bagatelas inglesas), fue como tal el representante de los comerciantes de Buenos Aires (los que, mayoritariamente, eran ladrones y contrabandistas). Fue el garante ante la Junta de los comerciantes de la plaza de Cádiz (uno de los vértices del triángulo).

Juan Larrea, catalán como el anterior, comerciante de los llamados frutos del país y también armador, estaba seriamente comprometido con los grupos ingleses a los que siempre fue obediente. Es considerado como el banquero de la Junta de Mayo.

Juan José Paso, abogado, amigo íntimo de Moreno, vinculado a los intereses ingleses en el Río de la Plata. Este personaje es todo un misterio: ¡permaneció en el gobierno desde mayo de 1810 hasta la llegada de Rosas que lo echó! Poco o nada se sabe de su vida porque todos sus papeles públicos y privados han desaparecido cuidadosamente. Pero en verdad: no se sabe por qué fue incluido en la Junta, quedando solamente en pie sus vinculaciones con los comerciantes británicos.

Mariano Moreno, abogado (el ausente durante las invasiones inglesas y el mudo del Cabildo del 22 de Mayo), representó a los intereses ingleses, con la habilidad de presentarlos como españoles. Carlos Roberts lo llama excelente abogado del comercio inglés y abogado de última hora. El acercamiento ideológico con Castelli (primo de Belgrano), proviene de que ambos eran abogados de los ingleses en el Río de la Plata. Moreno se destacó en la ignominia que se llamó Representación de los Hacendados (en 1809, con patrocinio del Virrey Cisneros donde hizo el papel de chancho rengo), y Castelli en varias defensas de comerciantes ingleses sorprendidos en el delito de contrabando o en el quebrantamiento de leyes consagradas. Cuando Moreno envía a Castelli al norte como comisario político, se quedó con el partido de él en Buenos Aires, y lo superó en los planteos de libre comercio a favor de los buques de bandera inglesa.

Manuel Belgrano, abogado y economista aficionado, con amplias y fuertes vinculaciones con comerciantes del Paraguay y ganaderos del Uruguay. Esta es la causa de la aparición, de la noche a la mañana, del Belgrano militar en la campaña al Paraguay y su posterior traslado a la Banda Oriental, cuando en realidad se había destacado como abogado y economista. Se sabe que Belgrano redactó la introducción y confeccionó el boceto del Plano de Operaciones citado más arriba. Moreno al componerlo, respetó la introducción belgraniana y, en línea generales, su proyecto, aderezándolo luego con sus crueldades propias de Caracalla. Pero don Manuel conoció el documento: a esto no hay quien lo niegue, como se sabe que no abrió la boca para oponerse ante semejantes barbaridades. El documento, encontrado por casualidad en Sevilla por don Eduardo Madero a fines del Siglo XIX, está redactado en tono canallesco, subversivo y terrorista: después me vienen a hablar del Proceso de Reorganización Nacional que es un bebé de pecho al lado de don Mariano y de don Manuel, ¡que son próceres indiscutidos!

Dios Santísimo: ¿para qué me haces conocer estas cosas? ¿Acaso yo no sería más feliz de otra forma? Pero: hágase Tu Voluntad y no la mía. Prosigo entonces.

Llegado a esta altura, le pregunto al lector: ¿y usted que hubiese hecho? ¿Tal vez adherirse a esta Junta, o haría lo que hizo Liniers, después Artigas y finalmente Alzaga? Diga usted. Porque después de todo lo que hizo el Cabildo de Buenos Aires fue tomar la decisión de crear una Junta municipal de gobierno. Le correspondía luego invitar a las demás provincias hermanas a un congreso revolucionario para lo cual, cada una de ellas, debía dar, como requisito previo, un golpe político como el de Buenos Aires. De esta manera la Primera Junta hubiese sido nada más que una promotora de la revolución nacional. Esta actitud de Buenos Aires de arrasar con las autonomías provinciales y municipales se repetiría constantemente, se reflejaría en la Constitución Nacional y se puede ver hoy en día, donde los Gobernadores, pero fundamentalmente los Intendentes Municipales (donde reside la auténtica soberanía popular), son felpudos del gobierno central.

Desbandada la tropa de Liniers y Gutiérrez de la Concha al primer amague, siguieron los dos fugitivos con sus amigos, sin una escolta que les brinde protección, y se refugian en Villa del Chañar, a unas 50 leguas de Córdoba. Allí los alcanza y detiene el Capitán José María Urien, que los venía rastreando, quien comete la arbitrariedad de tratarlos con todas las brutalidades que uno se puede imaginar, incluidos los azotes. La Pasión de don Santiago de Liniers había comenzado en manos de los esbirros del Robespierre porteño, Mariano Moreno: el que en la noche del 25 de Mayo lloraba sentado en las escaleras del Cabildo por las represalias que habría de tomar el rey contra ellos a su regreso “por majaderos”. Esta es la verdadera causa de su misterioso viaje a Inglaterra que dijeron lo hacía en misión diplomática: le aterrorizaba la idea del regreso del rey. En verdad fue un exilio disfrazado con misterios, como su muerte que resultó de un fecaloma: hacía una semana que no iba de vientre y el capitán inglés le suministró un purgante fenomenal. Una hora después estaba con una peritonitis y se fue por la avenida ancha sin semáforos. Pero volvió reencarnado en los periodistas que tenemos que lo han tomado por apóstol.

Detenidos los cabecillas del desacato, debería corresponderse con el final de este triste capítulo de nuestra historia. Pero no fue así, porque es realmente aquí donde comenzó. Porque, ¿qué hacer con Liniers, el Gobernador Gutiérrez y el manojo de amigos encadenados? A Córdoba no los podían regresar, porque muchos de los soldados patricios que formaban los regimientos a las órdenes del Coronel José Antonio González Balcarce admiraban y amaban a Liniers y a Gutiérrez por haber luchado codo a codo con ellos en las jornadas de 1806 y 1807. Algo parecido ocurriría con la población civil, memoriosa del trato paternal y deferente de Liniers durante su virreinato.

Entonces, ¿qué tenemos por aquí? Tenemos un problema insoluble a nivel de dirigentes. El mismo problema que se les repetiría con Artigas, Alzaga, Dorrego, don Juan Manuel y, si el lector quiere, el de Perón: su inmensa popularidad. ¿Qué hacer con un tipo que supuestamente hace lo que no debe hacer y sin embargo goza de abrumadora popularidad? La respuesta no está en los manuales liberales, ni en las películas de Hollywood de yanquilandia, donde el derrocado es un tiranuelo de cuarta. ¿Qué hay que hacer con un tipo en cuya contra se han ensayado todas las argucias y todas ellas, de a una, han ido fallado? A este tipo hay que matarlo, porque la popularidad para los liberales es un bien peligrosísimo. A Liniers y Dorrego, El Coronel Arrabalero, les costó la vida. El Restaurador se les escapó con un hilo de la pata. Y Perón se salvó de milagro, si se tienen en cuenta desde bombardeos hasta una docena de atentados, comenzando por el de Villa Rica en Paraguay.

En verdad la Junta municipal de Buenos Aires, vulgo llamada Primera Junta, ha pensado en el destierro, medida que se le aplicó al compinche Cisneros con todo éxito, pero que con don Santiago sería un fracaso. Alguien ha madurado en hacerlo desaparecer, pero es imposible porque ya todo el mundo sabe que está en manos de sus captores. Reverdece entonces la idea de asesinarlo, pero cómo. Envenenarlo sería muy evidente. A un iluminado de la caterva se le ocurre simular un malón de indios que atacarían la caravana y lo asesinarían sin misericordia. En los alrededores de Buenos Aires hay muchos indígenas que por una damajuana de aguardiente serían capaces de despellejar a su madre. Pero ocurre que a ¡don Santiago de Liniers también lo quieren los indios porque ha sido muy compasivo con ellos! Entonces, si una salida “culta y educada”, resuelven matarlo ellos mismos. Fusilando de esta manera se cargarían de poder coercitivo, desalentando resistencias latentes: digamos que a lo Valle, Cogorno e Ibazeta el 9 de junio de 1956.

Llega a Córdoba el decreto para la ejecución. La población recibe la noticia con claras muestras de disgusto. El Coronel Balcarce y el gobernador interino nombrado por la Junta, que fue Juan Martín de Pueyrredón, se enteran que el Regimiento de Patricios, alojado en la casa de Ejercicios Espirituales, se está por sublevar para rescatar a Liniers. Les cierran todas las puertas y les colocan tres regimientos a su alrededor para que nadie salga ni entre. Unas 100 religiosas y religiosos que allí prestan servicios padecen la cuarentena, aunque son completamente inocentes: es la primera herejía de las muchas que luego harían en el Alto Perú contra la Santa Religión. Ortiz de Ocampo hace como Pilatos: se lava las manos y decide remitir al prisionero a Buenos Aires. En realidad le tiene miedo a la pueblada y algunos regimientos que no le han querido rendir honores.

La Junta se entera de esto y resuelve que Liniers no debe entrar en Buenos Aires. Para ello acuerdan que Castelli y French, con algunos efectivos del Regimiento Estrella, salgan al encuentro de la columna y fusilen a Liniers donde lo encuentren. Sin embargo aparecen otros problemas, aparte del cáncer de lengua que lo tiene mal a Castelli, los soldados del Estrella ponen las cosas en claro: ellos acompañan pero no fusilarán a Liniers. Los comisionados alcanzan la columna que viene de Córdoba en Cabeza de Tigre, una posta a la altura de Cruz Alta. Allí los espera otro frentazo: los soldados de la escolta que traía a Liniers, también se niegan a fusilarlo. ¡Estos negros de mierda, siempre creando problemas! No, si es como decía Sarmiento: es una raza maldita. Porque no habían nacido debajo de una higuera como él.

Pero alguien había sido más previsor que todos estos complotados para asesinar. En Córdoba vivían desde hacía unos dos o tres años un número considerable de soldados ingleses que fueron internados después del escabroso asunto de Luján. Algunos tenían chacra, familia y otros se habían afincado definitivamente. Alguien los habló y ellos aceptaron fusilar gustosamente a Liniers, el autor de su derrota, su prisión, su internación y su vergüenza. Y previendo que pasaría lo que pasó los llevaban a la cola de la columna.

Y así fue como en la mañana del 26 de agosto, el mes de la Gloriosa Reconquista, de 1810, una docena de soldados de su Graciosa Majestad Británica fusilaron a don Santiago de Liniers, cubierto de sangre por los castigos y cinco de sus compañeros todos malheridos. El tiro de gracia se lo dio French, el cartero de Buenos Aires, devenido ahora en Teniente Coronel de la noche a la mañana, el que fuera enlace entre las logias masónicas montadas por Rodríguez Peña y el cura Agüero. En las ropas de Liniers se encontró su despacho como Virrey firmado por el rey, que Castelli ordenó quemar: estaba el papel tinto en sangre.

A esto último lo descubrió el historiador Julio Lafont al que por poco lo matan. Pero jamás pudieron desmentirlo, hasta el día de hoy porque está muy bien documentado. Al resto, que no es de Lafont, los invito a los historiadores a que me desmientan. Pero, ¡cuidado!, porque a lo mejor no me callo de cosas que aquí he callado.


ANIVERSARIO DE LA HEROICA DEFENSA DE BUENOS AIRES

El día 5 de julio de 1807 se produce la Defensa de Buenos Aires. Las fuerzas británicas que procuraban conquistar por segunda vez la ciudad de Buenos Aires sufren pérdidas enormes en los combates que se suceden en este día.

El 5 de julio de 1807 los porteños y las milicias al mando de Santiago de Liniers rechazan la Segunda Invasión Inglesa, comandada por el Gral. Whitelocke.
El alcalde de Buenos Aires, Martín de Álzaga ordenó montar barricadas, pozos y trincheras en las diferentes calles de la ciudad por las que el enemigo podría ingresar. En la mañana del 5 de julio, la totalidad del ejército británico volvió a reunirse en Miserere. Confiado de la supremacía de su ejército, Whitelocke dio la orden de ingresar a la ciudad en 12 columnas que se dirigirían separadamente hacia el fuerte y Retiro por distintas calles. Sin embargo, los invasores se enfrentaban a un Buenos Aires muy diferente al que se había rendido ante Beresford. Según cuenta la tradición popular, los vecinos arrojaron piedras y aceite hirviendo sobre las cabezas de los invasores. Lo cierto es que Liniers había logrado reunir un ejército de 9.000 milicianos, apostados en distintos puntos de la ciudad. El avance de las columas se vio severamente entorpecido por las defensas montadas, el fuego permanente desde el interior de las casas y desinteligencias y malos entendidos entre los comandantes británicos. Whitelocke vio como sus hombres eran embestidos en cada esquina. Mediante la lucha callejera, los vecinos de Buenos Aires superaron la disciplina de las tropas británicas. Tras una encarnizada lucha, Whitelocke perdió más de la mitad de sus hombres entre bajas y prisioneros.
Cuando la mayoría de las columnas habían caído, Liniers exigió la rendición. Craufurd, atrincherado en la iglesia de Santo Domingo, rechazó la oferta y la lucha se extendió hasta pasadas las tres de la tarde. Whitelock recibió las condiciones de la capitulación hacia las seis de la tarde ese mismo día. El 7 de julio se comunicó la aceptación de la capitulación propuesta por Liniers y que por pedido de Álzaga, daba dos meses para abandonar Montevideo. Las tropas británicas se retiraron de Buenos Aires y abandonarían la banda oriental recién el 9 de septiembre.


EL SAQUEO DEL TESORO DE BUENOS AIRES.
POR EL PIRATA BERESFORD 1806.


EL PARTIDO MASONICO FACILITO LA ENTRADA DE BERESFORD
EN BUENOS AIRES ENTRARON SIN LUCHAR.

Más de 86.000 millones de dólares, buena parte de la deuda argentina. Ese es el valor actual del tesoro con el que se alzaron los ingleses en la invasión de 1806. El cálculo de Néstor Forero, un investigador que habló del tema en Gualeguaychú, muestra la magnitud del saqueo inglés. ¿Hay razones para pedir un resarcimiento, pese al tiempo transcurrido?.

Buenos Aires fue capturada, así, por las tropas del general Beresford, allá por 1806. La toma duró más de 40 días, en cuyo transcurso los ingleses no se privaron de nada. La invasión estuvo signada por vejaciones, asesinatos, muerte, y robos de todo tipo, según cuentas los cronistas. Un acto de pillaje protagonizado por súbditos de la Corona Británica, que no actuaron por motu propio.

Fue en realidad una acción de conquista armada por el gobierno de Londres, en el marco de una estrategia global de dominación de estas tierras americanas.
Los entretelones y el significado de este traumático episodio -que curiosamente la historiografía oficial refiere casi como una anécdota- están planteados en “El saqueo de 1806”, el libro del investigador Néstor Forero.

Especialista en temas económicos e historiográficos, autor de otros libros como “Deuda externa y Crimen social en Argentina”, Forero se inscribe dentro del “revisionismo histórico” que, siguiendo a Raúl Scalabrini Ortiz o al copoblano Julio Irazusta -entre otros-, viene denunciando la malsana influencia británica en el país.
Esa influencia, que ha sido determinante en el curso de la historia vernácula, es de larga data. En realidad, según esta lectura historiográfica, se remonta a la etapa anterior a la independencia argentina.
Es decir, a cuando el país -junto con otras repúblicas sudamericanas- pertenecía al Virreinato del Río de la Plata, un bloque geopolítico de 7.000.000 km².

En la disputa por la hegemonía mundial, Inglaterra fue enemiga declarada de España, cuyo poder buscó cuartear, sobre todo saboteando sus posesiones americanas.

Es en este contexto que Forero coloca la toma de Buenos Aires en 1806. Que en realidad, dice, fue la quinta expedición militar británica (no la primera como dice la historia oficial), a la cual precedieron, por caso, desembarcos en Malvinas o Isla de los Estados.
El saqueo del que fue objeto entonces Buenos Aires, por parte de las tropas de Beresford, fue pergeñado con antelación por el gobierno de Londres, dice el autor.
Y da una medida -cuenta- no sólo del sentimiento anti-hispánico de los invasores, ni de la codicia que los dominaba, sino de un plan de dominación urdido con inteligencia.
Así, el primer acto del General Beresford, tras la toma de la capital del Virreinato del Río de la Plata, fue la exigencia a sus pobladores de los caudales reales, bajo las peores amenazas (pérdidas de vida y patrimonio).
Y aquí la originalidad de Forero: el tesoro robado, girado prontamente a Londres, representa hoy, actualizado a un interés anual del 6%, más de 86.000 millones de dólares, buena parte de la deuda externa argentina.

Política colonial

Pero además, una vez dueño de la plaza, Beresford tomó una serie de medidas para someter a la nueva colonia -y que según Forero tienen un parecido notable con la política económica que se siguió en Argentina en lo sucesivo.
Así, al apoderamiento ilegítimo de las reservas monetarias del Tesoro de la Real Hacienda de Buenos Aires -el grueso del cual se embarcó a Londres en la fragata más rápida de la de la flota británica, el “Narcissus”-, le siguió el decreto que declaró la “libertad de comercio”.
Esta última medida -sostiene el investigador- “se impondrá para beneficio especialmente de los comerciantes ingleses y de su socia local, la clase acomodada de Buenos Aires”.
Ahora bien, haber secado la plaza de monedas -más allá de que una fracción de los pesos plata se dejaron para mantener el comercio exterior- colocó a la gobernación británica en Buenos Aires en problemas.
La escasez de dinero metálico, producido por el vaciamiento de las arcas de Buenos Aires, conducía a un encarecimiento inexorable de las operaciones de importación de mercadería inglesa.
Pero la gobernación británica no iba “a permitir que los comerciantes locales repararan esa pérdida mediante el funcionamiento de la ley de la oferta y la demanda, ya que el tipo de cambio hubiera saltado por las nubes”, cuenta Forero. Por eso -refiere- “se estipuló un tipo de cambio fijo de 5 chelines por peso, cuando antes de la invasión el tipo de cambio era de 4 chelines y 6 peniques”.

La cuestión de los caudales

Forero llama la atención sobre un dato no menor: los ingleses no pueden alegar que los caudales robados (en total 1.086.208 pesos plata) son un “botín de guerra” (el equivalente a unas 200.000 liras esterlinas de la época) (1). ¿Y esto por qué?. Pues porque el tesoro se hallaba fuera del alcance de los conquistadores al momento de ingresar a la ciudad.
¿Cómo? Es que el virrey Rafael de Sobre Monte, enterado de la invasión, se lo llevó consigo antes hacia Córdoba. Los ingleses tuvieron que gestionar su regreso, luego, bajo amenaza de introducir las peores pestes sobre la población.
Este episodio, es decir la manera en que se obtuvo el tesoro confirma la tesis de que su apropiación fue “sencillamente un robo, perpetrado sin ninguna fundamentación jurídica por parte del invasor”.
En realidad, dice el autor, la acción de Sobre Monte -pese a que el juicio histórico catalogó de deshonrosa-, colocaba la sustracción del tesoro en el marco de una discusión entre las cortes de España y Gran Bretaña, alrededor de los “derechos de propiedad indudable de los españoles”.
“Para ser más ecuánimes diremos que Sobre Monte, más allá de su personalidad, cumplió con su retirada el plan de evacuación trazado en época del virrey Vértiz y que un Tribunal que juzgó su conducta terminó absolviéndolo, aunque eso no le devolvió el prestigio perdido”, comenta Forero.

¿Es posible el resarcimiento?

El autor insiste en la “ilegitimidad” de la incautación de los caudales del tesoro de la Real Hacienda de Buenos Aires. Pero va más allá: en su opinión, a la Argentina y a los países que entonces integraban el virreinato, les asiste hoy el derecho del resarcimiento, pese al tiempo transcurrido.
Forero habla de “derecho de propiedad” conculcado por el invasor inglés. Aunque dicho derecho le pertenecía a los españoles, ahora es nuestro, insiste, en virtud de la “continuidad jurídica e histórica de los Estados”.
Asegura que el “gobierno británico no puede negar su participación” en la operación de saqueo -aunque se escude en el argumento de que fue una acción de particulares-.
“Dado que lo actuado por los súbditos británicos lesiona el Derecho de Gentes, entendemos que el reclamo de reparación por el robo de Buenos Aires es imprescriptible”, razona el investigador.
Y al respecto documenta la existencia de jurisprudencia internacional en este sentido, alrededor de la existencia de fallos que han obligado a ciertos Estados, cuya responsabilidad quedó evidenciada, a reparar el daño cometido contra otros Estados.

Por Marcelo Lorenzo
Publicado en diario El Día, de Gualeguychú, Provincia de Entre Ríos, 21/11/07. http://www.trabajadorescultura.com.ar/cultura/Econ_politica/Notas

Publicado en el diario Times, de Londres, a raíz de la captura de Buenos Aires

Domingo, 12.09.1806 – nuevas buenas en Gran Bretaña

El nuevo gobierno whig (el “Ministerio de Todos los Talentos”) se enteró de la expedición de Beresford el 24 de junio de 1806, cuando le llegó una carta fechada por el general inglés en abril de ese año. El Secretario de Guerra William Windham se tomó un mes para contestar la carta, con la anuencia de Jorge III, manifestándole que como no la expedición no había sido oficialmente autorizada y no se conocían los resultados obtenidos, sólo cabía dar instrucciones generales. Ella eran: si habían ocupado una posición, que trataran de mantenerla y, caso contrario, no insistiera en tomarla; que “no se metiera en asuntos de independencia que pretendían los criollos”. Como cierre, le anunciaba a Beresford el envío de refuerzos al mando del general Sir Samuel Auchmuty. Por otra parte, el Almirantazgo remitió una carta, el 28 de julio, a Home Popham, ordenándole, severamente, que se presentara en Londres para rendir cuenta de lo actuado.

Nota de Aclaración: El gobierno inglés mantuvo en secreto la expedición a Buenos Aires, hasta estar seguro de lo que había pasado en la colonia española. Pero el 12 de septiembre de 1806, tras 57 días de navegar, el Narcissus, al mando del capitán Donelly entró al puerto de Portsmouth, con los partes de Popham y Beresford sobre la captura de Buenos Aires. Por telégrafo visual llegó a Londres esa noche y los diarios se hicieron eco de la noticia, en las ediciones de la mañana siguiente.

Lunes, 13.09.1806 – primera noticia

Captura de Buenos Aires. Oficina del Times. Sábado a las 3 de la mañana.

Por un expreso que acabamos de recibir de Portsmouth, tenemos que felicitar al pueblo por uno de los hechos más importantes de la actual guerra. Buenos Aires en este momento forma parte del Imperio Británico, y cuando consideramos las consecuencias a que conduce por su situación y capacidades comerciales, además de su influencia política, no sabemos como expresarnos en términos adecuados a nuestra opinión de las ventajas nacionales que derivarán de su conquista.
Miércoles, 15.09.1806 – de la prensa británica
“Es casi indudable que toda la colonia del Plata tendrá la misma suerte que Buenos Aires; y de las esperanzas lisonjeras presentadas a sus habitantes, en la proclama del general Beresford, ellos verán que está en su propio interés ser colonia del Imperio Británico”. (...) “Como resultado de semejante unión, tendríamos un mercado continuo para nuestras manufacturas, y nuestros enemigos perderían para siempre el poder de sumar los recursos de esos ricos países a los otros medios que tienen de hacernos daño”. (…) “Este país está ahora en una posición mucha más orgullosa de la que ha estado desde que comenzaron las negociaciones con Francia. En Calabria, la excelencia y superioridad de las tropas británicas han sido demostradas al enemigo y a toda Europa. Por nuestro éxito en el Plata, donde un pequeño destacamento británico ha tomado una de las más importantes y ricas colonias españolas, Bonaparte debe estar convencido de que sólo una paz rápida podrá evitar que toda Sudamérica quede separada forzosamente de su influencia y colocada para siempre bajo la protección del Imperio Británico ¿A qué región del mundo habitable podrá entonces dirigirse para conseguir barcos, colonias y comercios?”.

Lunes, 20.09.1806 – desfile en Londres

“A las siete en punto de la mañana, los Leales Voluntarios Britanos se congregaron en St. James’Square y después de disparar tres salvas prosiguieron hasta Clapham, a fin de escoltar hasta la ciudad el tesoro desembarcado del Narcissus, en Portsmouth” relata un testigo presencial, John Fairnburn “A su llegada a Claphamn encontraron el desfile consistente en ocho carretones, tirado cada uno de ellos por seis caballos, adornados con banderas, pendones y cintas azules. En las banderas estaba inscripta la palabra ‘Tesoro’

Los precedía una pieza de artillería de bronce tomada al enemigo. El primer carretón llevaba el estandarte virreinal del Perú desplegado por un marino real; el segundo y tercero, las enseñas tomadas de los muros de Buenos Aires, y los siguientes, las insignias navales inglesas azuleas, rojas y blancas, mostrando el conjunto la más triunfal y grandiosa apariencia. Durante su procesión hacia la ciudad, los Leales Britanos, al mando del coronel Davidson, marcharon a la cabeza de los carretones y el coronel Prescott con los Voluntarios de Clapham los escoltaron a retaguardia. Una muy excelente banda perteneciente a este último regimiento interpretó durante la marcha ‘God Save the King’, ‘Rule Britannia’, etc., y el corazón de todos los británicos se regocijó ante la visión de la escolta.

Tras haber entrado en Londres se detuvieron en el Almirantazgo y luego prosiguieron por Pall-Mall hasta St. James’Square, donde la procesión hizo un alto ante la casa del coronel Davidson y la señora Davison obsequió un par de enseñas con la leyenda ‘Buenos Aires, Popham, Beresford, Victoria’ escrita en letras de oro sobre seda azul, rodeadas por ramas de laurel. El tesoro pasó luego a través de la city hasta el Banco, donde se depositaron más de dos millones de dólares. En el frente de cada carretón figuraban las palabras ‘Caja del Tesoro’.

En las ventanas se agolpaba una cantidad poco común de espectadores ansiosos por ser testigos del triunfo de la Vieja Inglaterra. El capitán Donnelly, del Narcissus, participó de la procesión en una silla de posta” .

Nota de Aclaración: Ese mismo capitán Donnelly recibió, por entregar el tesoro, 5500 libras como flete, una comisión del 2% sobre el total, sin perjuicio de lo que le tocara como capitán, en la repartición a su ejército por la toma de Buenos Aires.

“El tesoro siguió por la city hasta el Banco de Inglaterra, donde se depositaron más de un millón de dólares”.

Sábado, 25.09.1806 – de la prensa británica

“Tal es la fertilidad del suelo, que Buenos Aires, en poco tiempo será probablemente el granero de Sudamérica”.
(…) “Las mujeres de Buenos Aires se consideran las más simpáticas y hermosas de toda Sudamérica, y su manera de vestir denota un gusto superior” (…) “El comercio de esta región bajo el ordenamiento británico, promete ser sumamente ventajoso para ella, y podría abrir mercados de incalculables posibilidades para el consumo de manufacturas británicas. En la medida en que las cargas impuestas a los habitantes sean disminuidas por el gobierno británico, sus medios de comprar nuestros productos se verán incrementados, y el pueblo, en lugar de permanecer andrajoso e indolente, se hará industrioso, y llegará a la mutua competencia por poseer no solo las comodidades, sino lo lujos de la vida”. 

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